viernes, 26 de julio de 2013

Sobre el caballito de bambú

Estimados lectores:
La verdad estoy aterrada. Creo que la gente piensa que soy una persona fuerte, pero en realidad soy mucho más débil de lo que aparento. No esperen que esta sea la mejor entrada del blog, pero en verdad necesito hacer un poco de catarsis.
Ayer llegué a Nueva Delhi. Me vine por impulso, la verdad, con muy poco dinero. No podía seguir más en Europa, sin trabajo, en medio de la crisis. Tomé la decisión de venir aquí porque es más barato, mientras ocurre un milagro y consigo un empleo como traductora, como escritora o como barrecaños. (O bueno, o que muchos de ustedes se suscriban, sólo tengo cuatro suscriptores. Esa fue la cápsula publicitaria del día). ;)
En fin, llegué a New Delhi a las tres de la mañana. Doce horas de viaje, desde Munich, pasando por Moscú. En el aeropuerto de Moscú tuve que correr. Me perdí del grupo de conexión entre mi vuelo porque de verdad tenía que ir al baño. O sea, me cagaba y duramos tanto en aterrizar en Moscú que no me podía liberar del cinturón de seguridad. Tuvo que ser el aterrizaje más largo de la historia. Cuando regresé, asumo que me metí por el lado equivocado, porque tuve que hacer fila con un aterro de vietnamitas y volver a pasar por todos los controles de nuevo. Casi pierdo el avión, pero bueno, llegué.
Cuando llegué a Nueva Delhi, no tuve más remedio que acostarme en el piso a dormir en el aeropuerto. Nueva Delhi es la capital de las violaciones y no es recomendable para una mujer andar sola de noche. Así que nada, tuve que esperar a que apareciera el sol para protegerme y medio me dormí abrazada a la mochila, por si las dudas. Me despertó un mae que me atropelló con un carrito, procendente de un vuelo de no sé dónde porque la ciudad que ponía en el cartel nunca la había esuchado nombrar en mi vida.
Al salir del aeropuerto, eran las seis y media de la mañana y ya el calor era brutal. Un empujón térmico que me quiso devolver adentro. Tenía la dirección del hostal y nada más, con una idea más o menos de cómo llegar, pero qué va: las direcciones aquí son bastante nulas para un extranjero, la venganza kármica de vivir en Costa Rica, where the streets have no name.
Me animé a tomar un taxi. Afuera había una casetilla de taxis de la policía y eso me dio confianza.
Todo lo que hayan escuchado sobre el tráfico de la India es verdad, o diez veces peor. El mae, literalmente, se iba matando. No dejan de pitar ni un segundo. Es una conducción más sónica, que visual, porque no creo que ni sepan ni por dónde van. Me recordó un poco a la primera escena de la India en Comer. Rezar. Amar. cuando la protagonista llega, aunque las comparaciones son odiosas y yo odio esa película también. Yo casi no como, no me veo mucho rezando (aunque debería) y no creo que vaya encontrar el amor por aquí.
Cuando por fin llegué al hostal resultó ser que está ubicado dentro de un mercado. Pregunté por la dirección y era un callejón estrecho y oscuro, por el que si apenas puede caminar una persona a la vez (luego descubrí que también puede caber una vaca). Casi sentí cómo los pantalones se me humedecían: me cagué del miedo. A mi alrededor había una muchedumbre en plena mañana de jueves. Motos, moto-taxis, bicicletas, rickshaws o como se escriba. Es caótico. Imagínense el mercado Borbón, pero diez veces peor. Había mierda por el pasillo cada dos metros, no sé si de vaca o humana. Tal vez mía, porque de verdad que casi me cagué del miedo, si es que no me había pasado en el avión hacia Moscú este era el momento. A todo esto, la regla me vino justo el día en que me venía para la India. Genial.
Llegué al hostal que resultó ser un cuchitril de mierda. Administrado solo por hombres sin sonrisa. Me dijeron que el check in era al mediodía, pero que podía descansar en un cuarto. Seguro me vieron la cara de espanto. El cuarto era espartano, por decir lo menos. Un ventilador en el techo, un baño al cruzar el pasillo donde la mierda se salía de los confines del inodoro. Con todo y la vara, estaba tan extenuada que me acosté a dormir.
Al mediodía me pasaron a un cuarto mejorcito. Una cortina cubre un basurero entre donde está el televisor y la ventana (sí, tiene televisor, pero ni idea si funciona). La ventana está rota a todo esto y por ahí se asoma gente de vez en cuando, así que trato de mantenerme al margen.
Intenté dormir, pero no pude. Me entró la crisis. La crisis nerviosa de verdad. No me sentía lo suficientemente fuerte para hacer esto. Yo he vivido en Mozambique seis meses y he viajado por África, incluso sola. Pero esto me supera. Sobre todo cuando me doy cuenta de que son 12 horas de diferencia entre mi casa en Costa Rica y Nueva Delhi. Estoy completamente sola en el otro lado del mundo. Este es el otro lado del mundo, de verdad. Literal.
Lo que más me intimida es la enorme cantidad de hombres en las calles. Es como si aquí casi no hubiera mujeres y me da miedo no saberme comportar. Por ejemplo, no sabía que está mal visto ver a una mujer fumando. De hecho, no he visto a nadie fumando hasta el momento. Supongo que aquí hay muchas posibilidades de morirse como para también echarse encima el cáncer. Y ahí iba yo fumando, por el mercado, o bazar como lo llaman eso. Yo y mis brillantes ideas.
Traté de calmarme y me puse a leer sobre la India, para informarme. Sí, porque de bruta ni siquiera me tomé mi tiempo para leer antes. Cuanto más leía, más me aterraba. Es como otro planeta. Y yo no tengo casi ni idea. No tengo ni idea de cómo se reservan los trenes, ni los buses, ni nada. Es super complicado. Y siento que no puedo confiar en nadie, porque en los hostales te tratan de sacar plata por todo y de hecho, cuando leo los comentarios en las páginas web, me parece que están alterados, porque al menos este hostal en el que estoy no corresponde casi que PARA NADA con lo que leí en internet, no solo la descripción, sino los comentarios de los supuestos clientes. Todo es mentira. O sea, siento que no puedo confiar ni siquiera en lo que me dice la gente que me rodea, lo cual es una soledad aterradora.
Para las siete de la noche estaba buscando vuelos de regreso a Costa Rica y pidiendo dinero prestado. Estaba histérica. Realmente histérica. Sentía que de verdad no podía seguir más, no podía más sola, he aguantado muchas cosas sola. Nunca he sentido TANTO la necesidad de tener a alguien, sobre todo a un hombre a mi lado. Era, en ese momento, la imagen misma de la soledad, aquí en esta cuartería de mierda, al otro lado del mundo, histérica.
Me puse a hablar con todo el mundo que se me atravesó en Facebook y en Skype. Mi hermano, mi mamá, mi tía, mis excompañeros del trabajo, mi amigo Johannes en Austria, mi amiga Sandra en España, Priyanka, una amiga india que hice en Berlín... Al final hice el berrinche por tres continentes.
Hasta anoche estaba convencida de que me iba a devolver a Costa Rica y que JAMÁS, NUNCA en mi vida volvería a viajar sola. Me quedaría ahí de nuevo, arrodillándome ante la realidad, ante mi destino de ser mujer: por muy liberal que seas, ser vieja no te permite cumplir todos tus sueños. Ser hombre es mucho más fácil, más allá de que siempre pueden abrir todos los frascos de pepinillos que quieran. Y no se pueden cumplir los sueños, menos, mucho menos, cuando te dedicás a escribir. Me puse a repasar mi vida y llegué a la conclusión de que todo se debió a que a partir de cuarto grado me tocó una maestra pésima en matemáticas y desde entonces odio los números, lo cual me cerró el camino hacia profesiones más lucrativas y me dejó sólo con un montón de letras inútiles, que no le hacen bien a nadie.
Esta mañana me desperté, jurando no salir en todo el día hasta poder comprar el boleto de regreso a casa. Pero tenía hambre. El día anterior no había comido casi nada, solo unas galletas y ya de noche no puedo salir. Además, toda la comida que no fuera empacada me generaba desconfianza absoluta y el menú aquí en el mercado no es muy variado que digamos.
Así que tenía que salir sí o sí. Me arreglé lo más decente que pude, agarré todos mis objetos de valor del cuarto y me fui con un candado en la mochila pequeña, asfixiándome por la fuerza con que me amarré las correas. Intenté salir por un pasillo (esto del bazar es un laberinto) y mae: me encuentro con una vaca echada en medio del camino. La verdad me dio un poco de risa, porque estaba ahí, super tranquila, iluminada por un rayo de sol. Nunca he deseado tanto ser vaca en mi vida.
Di media vuelta, porque aquí la vaca tiene prioridad, y me aventuré por otro pasillo hasta que llegué a un restaurante bastante decente, donde me senté a tomar un café. Intenté comerme un sanguche, pero la comida no me pasaba. Y de repente, me di cuenta de que había tres mujeres más solas sentadas en el restaurante, extranjeras. Ahí, tan tranquilas, leyendo.
Entonces me autocacheteé: no. Yo no me voy a devolver. Yo no soy cobarde. Tal vez no sea lo suficientemente fuerte, pero tengo que tratar. He soñado con venir a India toda mi vida. Y si me regreso a Costa Rica ahora las probabilidades son de que nunca pueda volver por estos lados. Aparte de eso, pasé diez días en Berlín esperando por la visa para India, sin salir del hostal y comiendo sanguches para gastar lo menos posible. Ya compré el tiquete y ya que la hice negra, la voy a hacer trompuda. Y si bien es cierto que cada vez que veo a una pareja viajando juntos siento ganas de llorar de lo sola que me siento y de lo mucho que envidio a esa chica por tener a alguien que cuide de ella y recorrer el mundo, ni modo: este es el mazo de cartas que me tocó y dentro de todo, tengo mucha suerte.
Así que aquí estoy. Tengo miedo, mucho miedo. Creo que nunca he tenido tanto miedo en toda mi vida. Pero me lo trago con la taza de café y hoy salgo a la calle, me subo en el vagón del metro destinado para mujeres (una de las pocas ventajas de las que se puede disfrutar aquí, considerando lo ATESTADOS que van los vagones para hombres) y me voy a ver el fuerte rojo y la mezquita más grande de la India. Si esto fuera fácil, la India estaría llena de mujeres solas como yo, viajando, y serían los vagones femeninos los llenos hasta la mierda. No, no es fácil. Pero no seré ni la primera ni la última mujer que se venga sola a India.
No sé si vaya a poder escribir todas las semanas como lo había pensado. Tengo que ir planeando el viaje, buscar hostales, trenes, aviones y aprender, sobre todo, cómo se vive en esta cultura. Además, tengo que seguir buscando trabajo, me salen algunos artículos de vez en cuando por los que gano una cuecha, pero todo hueco es trinchera.
Esta es la peor entrada estéticamente. Tiene lugares comunes por todas partes, repeticiones, cero analogías... Usualmente escribo así primero y luego me pongo a retocar, pero bueno, esto va como una diarrea verbal, catarsis o como se les ocurra a ustedes llamarlo mejor que a mí.
Así que gente, por el momento, la protagonista del libro sigue en la novela.
El caballito de bambú comienza a mecerse.

Posdata: mientras terminaba de escribir esto, me di cuenta de que había un ratón corriendo por mi cama. :p

En Jama Masjid, la mezquita más grande de la India.

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1 comentario:

  1. desde el otro lado del mundo, me encantaría poder correr lo suficientemente rápido para alcanzarte y hacer juntas este viaje... para mientras eso pase, te recuerdo que estamos a una palabra de distancia para lo que necesités!! (me gusta más 'palabra' que 'clic', pero vos me entendés, cierto??)
    te adoro!!! un abrazo gigantesco que te arrope un poco si hubiera frío!!!

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