Adaptación de la presentación de la novela Sobre el caballito de madera el 22 de enero de 2014 en Benicássim, Comunidad Valenciana, España.
Antes de comenzar, debo aclarar que
esta es mi primera novela publicada y, por ende, la primera
presentación de un libro que hago. Me dijeron que tendría que
narrar más o menos cómo nació el libro Sobre el caballito de
madera, de qué trata y lo que
yo creyese conveniente. Bueno, yo creo conveniente hablarles de mis
pasiones.
Yo tengo tres pasiones: los hombres,
los viajes y la literatura. Y la combinación de las tres es la que
me permite hoy estar delante de ustedes.
Las pasiones... antes de venir aquí,
mientras escribía esta presentación en el apartamento de un amigo
en Barcelona, me tomé el tiempito para buscar la definición sobre
qué es “pasión” en el Diccionario de la Real Academia Española.
Lo hice porque me imaginé esas típicas presentaciones que comienzan
por: “El Diccionario de la Real Academia Española define X como
bla bla bla”y, como yo rara vez hablo ante a un público en vivo,
porque lo que suelo hacer más bien es escribir, me pareció de
alguna forma razonable acudir a la zona de confort del superyó de la
lengua castellana.
Pero, gente, el experimento no sirvió
y por eso es que esta presentación no empieza con esa frase. Y es
que he de decir que quedé bastante decepcionada con las definiciones
en cuestión. Según el Diccionario de la Real Academia Española
“pasión” es 1. “Acción de padecer”. 2 “Lo contrario a la
acción”. 3. “Estado pasivo en el sujeto”. 4. “Perturbación
o afecto desordenado del ánimo”... Puffff. La definición que más
o menos me consoló un poco de semejante romanticismo lexicográfico
para una palabra que, al menos para mí, significa tanto en mi vida,
apareció ya como de quinta: “Apetito o afición vehemente a algo”.
Igual, insuficiente.
Así que no. No funciona comenzar por
la frase cliché del diccionario. Me quedo, entonces, con la
definición de pasión que ya tenía en mente y la cual aparece en El
secreto de sus ojos, el filme argentino ganador del Oscar a Mejor
Película extranjera en 2010: “La pasión es lo que hace que te
levantés de la cama, no importa cuán agotado estés”. Lo cual, en
mi caso en particular, me convence como definición, porque yo AMO
dormir y considero mi sueño sagrado; a mí no me despierten porque
soy como un perro: me levanto gruñendo. Pero yo, por un hombre, por
viajar y por la literatura me levanto de la cama en lo que tarda el
prototípico chasquido de dedos.
Yo, firmando mi primer libro autografiado en la vida... ¡esa vara!
Sin embargo, un día caí en cuenta de
que no me estaba levantando cada mañana por ninguna de esas tres
pasiones. Me estaba levantando por un trabajo que odiaba: como
telefonista en un call center. Los call center son una
salvada, porque es un trabajo instantáneo y desechable, pero también
son las maquilas del siglo XXI y, al menos, es un trabajo que yo no
deseo volver a tener en lo que me resta de vida. Y ahí estaba,
contestando teléfonos hasta los viernes por la noche y los sábados
por la noche y los domingos por la noche... Una y otra vez lo mismo:
Thank you for calling Bodog wagering. My name is Andrea. May I
have your account number, please?. Esa frase NUNCA se me va a
olvidar mientras viva, como una especie de estrés post traumático
laboral.
Yo tengo la manía de ver mi vida como
una novela y siempre estoy pensando en cómo hacerla más
interesante. Cuando estoy en una disyuntiva, me pregunto: “¿Qué
sería más interesante para mi personaje: A o B?”. Porque al
final, todos aquí vamos para el mismo lado, si tenemos suerte de que
a nuestra historia personal no le arranquen las páginas en blanco:
la vejez. Y cuando estemos sentados en una mecedora ahí, en un asilo
de ancianos, quien tenga las mejores historias para contar va a ser
quien gane. Basándome en esta filosofía, me pregunté: ¿A cuál
de mis futuros compañeros geriátricos le haría gracia oír eso?
“¿Qué carajos son estas páginas que estoy escribiendo? Todas
llenas de una sola frase: Thank you for calling Bodog wagering. My
name is Andrea. May I have your account number, please?.¿A quién
le gustaría leer eso, escrito con papel carbón? ¿Estaría yo aquí
hoy frente a ustedes si hubiera venido con una novela tan
“conceptual”? O sea, no.
¿Y qué sucedía con mis pasiones?
Bueno, se habían convertido en las “pasiones” del Diccionario de
la Real Academia Española:
1. “Lo contrario a la acción”.
Totalmente. ¿Viajar? De hecho, en este caso lo contrario a la
acción, porque no sé qué hay más allá del horizonte de cemento
de la oficina. ¿Literatura? Lo poco que pueda leer entre dos timbres
del teléfono. ¿Hombres?... puffff. Como diríamos en Costa Rica: me
ahuevás. Tanta acción como puede tener alguien en coma.
2. “Estado pasivo en el sujeto”:
si, más pasiva no puedo estar, recorriendo tres kilómetros en carro
hasta el trabajo, sin tiempo para escribir y durmiendo sola en una
cama deprimentemente doble.
3. “Perturbación o afecto
desordenado del ánimo”... Claro, más perturbada, casi que
imposible. A punto de treparme por las paredes de la oficina para
luego quedarme en un rincón sentada haciendo burbujas de saliva.
Y 4: “Acción de padecer”. Sí,
padezco... Padezco de monotonía crónica.
Así que un día decidí quedarme con
la definición de “pasión” de El secreto de sus ojos y me
dije; “Me voy a levantar de la cama por mis pasiones. Me voy a
levantar para irme a viajar, para irme a escribir y para ir a buscar
al hombre de mi vida”. Y renuncié a mi empleo en el call
center, saqué todo mi dinero del banco y me vine a Europa.
¿Que si tenía un plan? No. Porque yo
tampoco quería que mi viaje fuera como el Diccionario de la Real
Academia Española: que a A le siguiera B y a B le siguiera C, en un
orden totalmente predecible. Sí, ya lo sé: buena publicidad le
estoy haciendo al diccionario y a la Real Academia Española... Pero,
es que, de todas maneras, la literatura no se escribe en orden
alfabético y menos, la historia de mi vida. Yo quería lo aleatorio.
Lo desestructurado. Lo impredecible.
En la presentación del libro.
A todo esto, por esas épocas, una
tarde lluviosa en casa de uno de mis mejores amigos (porque Costa
Rica es un país pasado por agua), husmeando entre sus libros, me di
de bruces con el dadaísmo, ese movimiento artístico que se gestó a
inicios del siglo XX y que contó con artistas como Jean Arp, Man Ray
y Marcel Duchamp. El dadaísmo propone rebelarse contra las
convenciones y el orden establecido. Sin lógica. Cuanto más
aleatorio, cuanto más espontáneo, cuanto más casual y, sobre todo,
cuanto menos perfecto, mejor. Un poema, por ejemplo, podía ser
recortar palabras de un periódico, meterlas en una bolsa de papel,
sacudirla y luego pegarlas en el orden en que fuesen saliendo. Sin
reglas. El nombre del movimiento surgió de forma igual de aleatoria:
cuenta la leyenda que Tristan Tzara, uno de los fundadores, abrió un
diccionario de francés a lo loco (ya que hablamos de diccionarios) y
la primera palabra que saltó de la página fue dadá, que
significa “caballito de madera”. Sin esquemas. El rebelarse
contra el orden era una necesidad tan intensa, que los verdaderos
dadaístas, más allá del arte, lo convirtieron en un estilo de
vida.
Bueno, yo no me había dado cuenta
hasta esa tarde lluviosa, pero yo era una de ellos casi un siglo
después. Mi vida la quería impredecible. Espontánea. Incluso,
provocadora. Pero nunca, nunca más, monótona.
Lo único que sabía cuando empecé el
viaje es que iba a venir a España primero porque, de la trinidad de
pasiones que gobierna mi vida, en ese momento sentía que, aquella
que más me hacía levantarme de la cama, era un hombre. Yo siento
una especial debilidad por los españoles, y ojo que no lo digo
precisamente por estar aquí hoy, sino porque desde hace más de 15
años me enamoré de uno en particular. Y lo quería en mi vida.
Quería ese personaje en la novela de mi vida. O más que ese
personaje, quería que fuera el protagonista. Y quería escribir mi
historia con él más que ninguna otra que me quemase el teclado, la
piel y el corazón.
En cuanto a la literatura, una de mis
mejores amigas me sugirió crear un blog, a modo de diario de viaje,
para que así todos mi amigos pudieran estar al tanto de qué estaba
haciendo. Yo sabía que llevar diarios de viaje nunca había sido lo
mío, pero tomé el consejo e inicié un blog, titulado Sobre el
caballito de madera. Y en fin, si había algo predecible en toda
esta historia, es que no tendría la disciplina de llevarlo al día,
por lo que terminó por convertirse en uno de esos miles de blog
abandonados que flotan en Internet y, lo único que se siguió
escribiendo, fueron las notas hechas a mano en mi agenda. Las notas
que eventualmente acabaron por ser esta, mi primera novela publicada.
Así que con todos mis ahorros me vine
a España y, de forma irónica y maravillosa, empecé por la
Comunidad Valenciana para ir en busca del protagonista español de
esta historia, primero en Valencia y luego en Alicante. Si él está
conmigo hoy o no, tendrán que leer la novela para saberlo. Lo que
sí puedo decirles es que lo demás fue genuinamente dadaísta, y
terminé escribiendo episodios tan aleatorios como trabajar en un
campo nudista en Montenegro, acabar en un hospital búlgaro casi
tuerta, ladrarle a un empleado de una tienda en Zurich y ser
expulsada de Albania (sí, creo que es muy probable que yo sea la
única persona que conocerán en su vida que la han deportado de
Albania). Me saqué las ganas de sueños de infancia que había leído
en mis libros de niña. Me convertí en la protagonista de mi propia
historia, más allá de lo que podía imaginar desde la ventana de mi
oficina. Y como diría García Márquez: la viví para contarla.
Lo demás está escrito en estas 304
páginas que tienen ante ustedes en esta novela Sobre el caballito
de madera. Esta es la historia de qué sucede cuando le das
prioridad a tus pasiones.
Lo demás está por escribirse y hasta
el día de hoy, aquí, lo sigo haciendo, porque me niego a vivir una
vida que no sea digna de ser narrada.
Muchas gracias al jurado y al
ayuntamiento por haberme otorgado el VIII Premio de Literatura de
Viajes Ciudad de Benicassim. Muchas gracias al personal de Onada
Ediciones por toda su ayuda y por permitirme regresar a la Comunidad
Valenciana, donde esta historia comenzó. Y muchas gracias a todos
ustedes por haber venido y por ayudarme, esta noche, a escribir este
capítulo de mi vida al escucharme.
Gracias de verdad y como decimos en
Costa Rica: “Pura vida”.