“Che (porque es argentino el pibe), ¿será que la Andre es millonaria y nunca
nos ha contado? ¿Vos has ido a su casa? ¿Sabés dónde vive? Capaz que tiene un
montón de guita y nosotros nunca hemos sabido…”.
Ese es
uno de mis amigos, teorizando con mi mejor amiga, ante esa incógnita que sé que
ronda la cabeza de mucha gente que me conoce: ¿cómo putas hago para viajar
tanto?
Lo sé.
Esta es una pregunta que siempre me hacen y, si no la verbalizan, al menos la
siento implícita en las miradas de incredulidad de la gente, que me mira con:
1. admiración, 2. envidia, ó 3. con cara de que “esta hijueputa se dedica,
mínimo, al narcotráfico”.
Lo que
pasa es que yo no suelo plantearme cómo putas hago para viajar porque para mí
es muy normal. En el mundo mochilero, prácticamente todos lo tenemos claro. Sin
embargo, cuando regreso a Costa Rica, caigo más en cuenta de la enorme
interrogante que despierta mi eterno nomadismo.
A mi
amigo le tengo que responder que si nunca ha sabido de mi guita es porque,
evidentemente, no soy millonaria. De hecho, soy clase media tirando a baja y si
no, pregúntenle a cualquier tico cuántos millonarios viven en Hatillo. ¡Ja!
Y a los
demás les puedo ofrecer contarles cómo hago para viajar tanto. Cómo hago yo, en
vista de que no puedo responder de otra manera que no sea desde mi punto de
vista personal. Y es que yo no soy ninguna autoridad en la materia para
venderle autoayuda a la gente con un libro tipo “Los siete hábitos de la gente
altamente viajera”. Sin embargo, puedo compartir mi experiencia, la cual,
obviamente, no excluye al resto de los mortales: si hay algo en lo que creo
firmemente, es que viajar no está tan pegado del techo como mucha gente lo
suele plantear.
Así que
he aquí mis siete hábitos para ser altamente mochilera. El gran secreto. El
post que marcará un antes y un después en su vida. El oráculo que se abre sólo
para algunos iluminados. La sabiduría de una gurú mochilera que… ¡Varas! Sia
tonto. Suficiente manía (ahí perdonen, es que soy bipolar). Ya verán que, al
chile, esto de los viajes no tiene mayor ciencia:
En Perú.
1. Hago
de viajar una prioridad
Ya lo
dice el viejo y conocido refrán: “Cada quien es libre de hacer de su culo un
florero”.
Más allá
de semejante afirmación un tanto escatológica, lo cierto es que esto también
aplica para el dinero: el obstáculo que muchos esgrimen para, precisamente, no
viajar. Así que traduzcámoslo a términos menos soeces y más capitalistas: cada
quien pone sus prioridades e invierte su dinero en lo que mejor le parezca.
A
grandes rasgos, podríamos decir que estas son las prioridades monetarias más
populares en el mundo occidental de clase media-baja para arriba, al menos en
cuanto a lo que se comercia en el mercado de valores de los sueños: 1. Comprar
una casa. 2. Comprar un carro. 3. Comprar ropa tuanis. 4. Comprar un buen
celular. 5. Pegarse la fiesta.
Como
dije: las más populares. El truco con que sean las más populares es que, por
eso mismo, la gente tiende a pensar que son más fáciles de alcanzar que, por
ejemplo, lanzarse un año a recorrer el mundo.
Falacia.
Les quedo debiendo qué tipo de falacia es, pero FALACIA. La vara no es así. A
mí no me parece más sencillo comprar una casa, por ejemplo. Ni con todo el
dinero que he gastado en todos mis viajes juntos estaría cerca de pagar, tan
siquiera, la primera cuota.
Lo que
sucede es que quienes viajamos (que somos muchos pero, definitivamente, no
llegamos a las cifras abrumadoras de la gente que prefiere comprar casa, carro,
ropa, celular y pegarse la fiesta), hemos puesto como prioridad viajar.
No es el
camino más popular, porque en nuestras sociedades la gente parece valorar más
otras cosas, que se pueden ver, tocar
con la mano y que les dan la sensación de estabilidad, palabra que tienden a
confundir con “eternidad”. En todo caso, más allá de que comienzan y terminan
con las mismas letras, ambas palabras son altamente valoradas porque prometen
que nada va a cambiar, cuando en realidad, casi todo lo que no está muerto
siempre cambia aunque sea un poquitito.
Así que
les parece bien invertir, por ejemplo, en una casa, porque la pueden usar todos
los días. Tan estable y eterna les parece esa inversión que, incluso, muchos se
escudan con la frase de: “Ya tengo dónde caerme muerto”. La verdad, yo nunca he
entendido esa consigna. Digo, con el riesgo de sonar medio Asperger, nadie sabe
en realidad dónde va a caerse muerto. Podría ser en media calle y de todas
maneras, alguien va a tener que recogerlo a uno, so pena de quedarse apestando
ahí, convirtiéndose en epicentro de aves de rapiña, ratas y otros encantadores
animales. O podría ser en la casa de un compa, en cuyo caso, no creo que sea tan
carepicha como para, mínimo, no llamar a la morgue y decir: “Diay, se murió
este hijueputa aquí en la sala de mi choza, vengan a llevárselo”. O capaz que a
uno le toca una muerte trágica ahí y nunca se llega ni siquiera a encontrar el
cuerpo. Si me pongo a pensar en eso, debería de ahorrar para una tumba más
bien. Y vivir para pagar mi muerte… para mí eso no tiene sentido. ¿Comprar un
chante dónde pasar la vejez? ¿Que no es demasiado pronto para ponerse a pensar
en eso? ¿Invertir los años de juventud para costear unos metros cuadrados en
los cuales poner mi mecedora? Y no me salgan con el cuento de La hormiga y la cigarra, porque perdón,
pero la cigarra también la pasó tuanis (si me pongo en términos marxistas, yo
diría que es hasta un cuento proletario). ¿Comprar una casa para dejarles algo
a mis hijos? Bueno, yo prefiero dejarles a mis hijos una buena educación y
momentos inolvidables, y no unas paredes de concreto. Ya siendo preparados, que
se pregunten ellos entonces si vale la pena invertir o no en ver siempre el
mismo paisaje desde la misma ventana. Por lo pronto, yo he decidido que no.
En fin,
si la casa ya no me parece digna de desvelos económicos, menos, mucho menos, lo
demás. ¿Un carro? De todas formas, no llega uno muy lejos con él en la mayoría
de los casos, sale más caro para viajar eventualmente y nada ecológico. ¿Ropa?
Si bien es verdad que a veces me da esa debilidad estereotipada femenina de
comprarme ropa, también es cierto que, la gran mayoría de las veces, logro
contenerme, bajo mi técnica-inaflible-en-el-90%-de-los-casos de traducir la
ropa en términos “viaje”. Por ejemplo: esas botas de $60… $60 puede salirme un
vuelo de Ryanair de Madrid a Marruecos… Y ya tengo en casa tres pares de botas… Y nunca
he estado en Marruecos… Y con esas botas voy a caminar por las mismas calles de
toda la vida... Así que nada: chao, botas. ¿Un celular? ¿Para que luego se me olvide
en una mesa de un bar, para que me lo roben o para que se me caiga por
accidente en la taza del inodoro? Mis recuerdos y lo aprendido en los viajes no
se me olvidan en una mesa de un bar. Al contrario: los revivo cada vez que me
siento a una y los comparto con mis amigos. Mis recuerdos no me los roban, a
menos que antes de quitarme el celular me hayan dado un pichazo titánico en la
cabeza. Y, ciertamente, mis recuerdos jamás se irán por el inodoro, a menos de
que me arroje yo en él. Y si de pegarse la fiesta se trata, bueno, yo lo hago
en Costa Rica con mis amigos, porque también valoro mis momentos con ellos.
Pero trato de medirme en los gastos y no tomar demasiada cerveza. Como dice un
compa mío, tico y consagrado mochilero: “Al final, es ir a orinar el dinero”.
Yo
prefiero comprar experiencias y no objetos. Prefiero invertir el dinero en
momentos, que no se tocan con la mano y que son fugaces. Lamentablemente, el
presente es muy fugaz como lo dije alguna vez ( A mis 33 años nadie me quita lo bailado), pero las historias y
enseñanzas me quedarán hasta el último día de mi vida, sentada en la mecedora
en un sitio donde me caeré muerta, al fin de cuentas, capaz que a la par de
ustedes. En fin: invierto en lo que no se ve y en lo que no es “duradero” ante
los ojos de muchos. Pero en realidad, invierto en lo único que podré llevarme
conmigo más allá de la tumba.
Y les
tengo noticias: viajar, muchas veces, no es ni la mitad de caro que vivir en un
sólo sitio.
En el lago de Atitlán. Guatemala.
2. Hago
del viajar un estilo de vida
A mí me
parece tremendamente ingenuo, pero tan lógico como el razonamiento de un niño
(y ojo: a mí los niños me parecen tremendamente sabios) cuando la gente me
dice: “Debe ser muy tuanis pasar todo el tiempo de vacaciones”.
¿Vacaciones?????
¡Ja! No sé si desternillarme más con eso
o con la idea de mi mitológico chalet en Hatillo. Yo casi nunca tengo
vacaciones. Quienes hemos hecho de viajar nuestro estilo de vida, sabemos que,
justamente, es eso: un estilo de vida. Así como el de otras personas es
levantarse temprano, irse a bretear de 8 a 5 y disfrutar un rato con su familia
por las noches y los fines de semana.
Para mí,
las vacaciones, lo que llamo vacaciones, son bastante similares a las que tiene
la gente promedio en mente: básicamente, dormir TODO lo que quiera, despertarme
en un sitio bonito y echarme a leer sin que nadie me moleste, sólo para volver
a dormir TODO lo que quiera. Cíclica y perezosamente predecible.
Mis
vacaciones, más bien, las tengo cuando regreso a Costa Rica y, atrincherada en
mi cama sagrada, y escudada por mis almohadas legendarias, hiberno por días,
durmiendo 15 horas seguidas. Quizás lo puedan entender mejor si lo expongo así:
seguro que se han ido de viaje y cuando
vuelven, sienten que ocupan uno o dos días para recuperarse. Las verdaderas
vacaciones porque uno descansa. Pues bueno, así me sucede a mí.
Pocos
son los días, cuando mochileo, en que no estoy ocupada. La logística viene a
ser como el brete de oficina: hay que encontrar el siguiente avión, tren, bus, ride o lo que sea, analizar hostales o
perfiles de Couchsurfing, orientarse en la ciudad, leer guías de viaje,
perderse y volverse a encontrar. Imagínenselo así: cada dos o tres días,
despiertan con amnesia y tienen que buscar, de cero, un apartamento, cómo
moverse por la ciudad, saber qué se puede hacer ahí y que no, cuánto cuesta
todo y un largo etcétera (que no lo escribo este etcétera porque no sepa lo que
sigue, sino porque se me está haciendo monstruoso este post. Pero créanme: es
largo). Muchas veces no he llegado ni a un sitio y ya estoy planteándome cómo
moverme al siguiente. Al cabo de unos meses, se vuelve agotador, en especial
porque como la mayor parte del tiempo viajo sola, todo depende única y
exclusivamente de mí.
En fin,
si esto no los convenció como trabajo, algo que me demanda mucho tiempo,
entonces, es precisamente eso: trabajar. En mis viajes, he conocido gente que
lleva dos, tres y más años mochileando. Incluyéndome yo, que he pasado hasta
casi año y medio. Sin parar. ¿Cómo putas hacemos? Diay, lo mismo que todos los
mortales desde que Jehová nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra
frente: ¡trabajar! La gran mayoría de mochileros no somos millonarios (que sí,
que vivo en Hatillo).
Dicen
que la necesidad es la madre de todas las invenciones… y es cierto. Apenas me
veo contra la pared (o contra el riesgo de volver a Costa Rica, que para mí es peor que
la pared) comienzo a moverme para, análogamente, seguir en el camino. Y es que
aunque no lo crean, mis manos y mi
cerebro funcionan también más allá de las fronteras de Paso Canoas, Peñas
Blancas, el mar Caribe y el océano Pacífico. Y las de ustedes también. Todos
tenemos talentos y he visto gente que se reinventa y se dedica a dar clases de
idiomas. A trabajar en bares. A pequeños negocios. A traducir.
Claro:
no todos son trabajos bien pagados ni glamorosos. Muchas veces son voluntarios
a cambio de comida y cama. Yo, por ejemplo, he trabajado cuidando perros
alemanes (Perrológica), he limpiado pisos en
hostales, he cargado piedras y desmalezado jardines, he conducido un camión de
carga, he cuidado niños y he trabajado en construcción. Pero lo hago, algo que
no todos (en especial los que le dan prioridad a su carrera) están dispuestos a
hacer. Y sin embargo, aun con todo y sus moños, si ustedes estuvieran ahí en
sus países de origen y no les quedase otra alternativa para sobrevivir, también
lo harían.
Y, como
pasa en la realidad de la mayoría de la gente, si uno se puede dedicar a algo
que le gusta, mejor. Yo, ahora, me dedico a escribir, por ejemplo. No siempre
es fácil y estoy lista para que de nuevo, en algún momento, tenga que cavar un
hoyo con mierda de perros de la década pasada (Dolor y dinero). Por eso es que mis viajes son tan largos: no es lo
mismo andar turisteando nada más, que de feria, cumplir con empleos como los de
Raymundo y todo el mundo. Indudablemente, alarga la agenda mochilera.
El error
es que la gente cree que yo vivo en un mundo de fantasía, “de vacaciones
perpetuas”. No, señores. Mi realidad es esta. Es nómada. Así como ustedes
eligieron la suya, sea cual sea que tengan. No hay diferencia entre la demás
gente y yo: así como las personas que trabajan de 8 a 5 en una ciudad lo hacen
para tener dónde dormir, qué comer y cómo moverse, yo, que he decidido viajar,
trabajo incluso más horas para tener dónde dormir, qué comer y cómo moverme. Todos
buscamos sobrevivir y, en especial, todos buscamos ser felices. Todos queremos
realizar nuestros sueños: tener una casa, un carro, viajar, ir a la luna. Lo
único es que muchas personas deciden enfocar su realidad en un sólo sitio. Yo
he escogido hacerlo en varios.
A
diferencia de mucha gente, que cuando vuelve a casa, suspira: “De vuelta a la
realidad”, cuando yo vuelvo a Costa Rica sigo en otra parte de mi realidad,
porque, como dije antes, yo no tengo un hogar definido (Un país que sólo existe en mi mente).
Mi
realidad es esta. No siempre es fácil, como ninguna realidad. No siempre es
fácil ver a la gente en Facebook con sus fotos de matrimonio y sus bebés de
postal. No siempre es fácil nadar contra corriente en una sociedad que le da
más valor a los objetos que se puedan acumular que a las historias que se
pueden contar. Una sociedad que valora
más los títulos y los puestos que los países que se visitan y las culturas que
se conocen. No siempre es fácil pasar tanto tiempo sola, vivir en la
incertidumbre, la confusión, la inestabilidad, el miedo. Pero es el precio que
pago por vivir una vida “fluida, perplejay excitante”.
Y les
tengo noticias: si no les gusta su realidad, pueden venirse a la mía cuando
quieran.
Al chile que si me dejo seducir
por la tentación del best-seller y por mis decibeles megalómanos de que yo
poseo la verdad absoluta, esto podría convertirse en un librito corto de
autoayuda sobre cómo viajar. Al fin y al cabo, muchos de esos libros revelan nada
más el secreto del agua tibia. En fin, en vista de que este post me está
quedando monstruoso, les dejo los pasos del 3 al 7 para futuras entregas.
Así es:
yo también tengo mi realidad y en ella trabajo, escribiendo. Si te gustó este
texto y crees que ser escritor es un trabajo que se respeta, como cualquier
otro (incluyendo el tuyo) tenés dos opciones a tu libre albedrío: si de verdad
crees que escribo bien, dale clic en los botones que aparecen al lado derecho y
suscribite, o compartí este texto en tus redes sociales y que más gente se suba
al caballito. ¡Mil gracias por leerme! :)
Hola, llegué de casualidad a tu blog y me gusta mucho tu estilo. Pero como argentino y porteño (como nos nominalizamos los habitantes de Buenos Aires) debo corregirte algo o echar luz sobre una cuestión: nosotros jamás usamos la forma verbal "Ha", por lo que tu transcripción inicial debe estar alterada ("Nunca nos ha contado...vos has ido"). Acá sería "Nunca nos contó" ya que somos caudillos del preterito perfecto simple...para terminar, yo tampoco sé cómo sos alguien afin a las Letras y viajas tanto, pero quiero esa receta.
ResponderEliminarTe mando un caluroso abrazo desde una noche fresca, algo lluviosa.
¡Hola Guido! Muchas gracias por tu comentario y me alegro mucho que te guste mi estilo. Comentarios como este me hacen seguir adelante. :)
ResponderEliminarLa primera vez que oí a un argentino hablar, me llamó muchísimo la atención cómo usan ustedes el pasado. En Costa Rica (y en Centroamérica en general, así como en algunas partes de Colombia y de Chile) también usamos el vos en vez del "tú" al igual que en Argentina, pero lo hacemos con ambas formas verbales en pasado: la compuesta y la simple. Qué cosas, ¿no? Y mae: creeme que nos es precisamente fácil viajar siendo de letras, pero en un futuro prometo entradas más monetarias sobre el tema.
Un abrazo enorme que llegue hasta esa noche fresca y algo lluviosa en Argentina desde una tarde ventosa y soleada en Costa Rica. :)