Entonces, queridísimos lectores... ¿en
qué nos habíamos quedado?
Ah sí: en que nací un 16 de enero de
1981 y 26 años después, el jueves 13 de septiembre de 2007, un
sujeto en motocicleta, que irrespetó una señal de alto alrededor de
la 1 p.m., en el cruce entre la calle Uruca y la avenida principal de
Pavas al oeste de la ciudad de San José (o, como daríamos la
dirección en Costa Rica, en la esquina 100 metros al este del Pollo
Cervecero) me cambió la vida. Yo nunca lo llegué a conocer. Ni sé
cómo se llama. Es más, yo ni siquiera estaba ahí: en ese preciso
momento me encontraba sentada en mi oficina en la redacción de una
revista, justo en el otro extremo de la capital, trabajando y
haciendo la digestión de una lasaña que me había comido para el
almuerzo.
Esto se trató de lo que se conoce como
un efecto mariposa. Y a veces sucede que no es ni uno el que pone sus
alas a moverse.
En fin, desde entonces, he tenido 13
trabajos, entre los que incluyo labores tan random como
contestar llamadas en call centers, conducir un camión, hacer
jardinería en un campo nudista, pedir dinero en la calle, cuidar de
60 niños huérfanos en un internado, demoler casas, trabajar en
hostales y periodista, por supuesto, que es mi profesión en teoría. Asimismo, he vivido en seis casas, hostales o apartamentos en cuatro
países distintos en tres continentes, y he viajado por 37 países.
Como podrán ver, entonces, lo que atropelló esa moto ese día fue
mi estabilidad. Desde entonces, mi vida es un despiche.
Un par de años después, una tarde de
lluvia en la ciudad de San José, mientras veía con un amigo
películas de Man Ray en la sala de su apartamento fumando una
narguila, descubrí un libro de dadaísmo. Este movimiento artístico,
originado a inicios del siglo XX en Suiza, proponía lo aleatorio, lo
desestructurado y lo casual como forma de arte. Por ejemplo, un poema
podía ser recortar palabras de varios periódicos, meterlas en una
bolsa, sacudirla y después sacarlas a lo loco para pegarlas en ese
orden totalmente casual. El nombre del movimiento, obviamente,
también tenía que ser aleatorio. Sus fundadores, quienes solían
reunirse en el mítico Cabaret Voltaire en Zurich, abrieron un
diccionario de francés y la primera palabra que saltó de las
páginas bautizó el movimiento: dada. Un caballito de esos que se
balancea, para lúdica diversión infantil. Un caballito de madera.
En ese momento, tuve una epifanía: mi
vida era eso. Una bolsa plástica de la que salen acontecimientos
inesperados. Sin objetivos fijos, sin largos plazos, sin nada
estable. Un collage de hechos inconexos entre sí. Y mientras
todo eso sucede, yo estoy montada sobre un caballito de madera, sin
llegar a ningún sitio en realidad, balanceándome solo por disfrutar
el paso del tiempo.
Tumba de Tristan Tzara, fundador del dadaísmo. París.
Consciente de esta realidad, en 2011
inauguré mi primer blog Sobre el caballito de madera, con el
objetivo de mantener informados a mis amigos sobre mis andanzas por
Europa. Al final, incapaz de mantener un diario de viaje, el blog
mutó por un montón de reflexiones, fotos, anécdotas, artículos de
opinión y fluctuó de acuerdo con mi humor y lo cansada que
estuviera para escribir. Bueno, diay, con el desorden que es mi vida,
no podía esperarse otra cosa.
Cuando regresé a Costa Rica casi un
año después, me senté con todas las notas que tenía en la compu y
armé una novela, la cual envié a un concurso de literatura para
viajes en Valencia, España.
Una tarde, mientras me encontraba en mi
trabajo y me disponía a ir felizmente al baño después de comer un
pastel de yuca, justo cuando me
alejaba de mi escritorio cepillo de dientes en mano, sonó mi
celular y recibí la noticia de que Sobre el caballito de madera,
la novela, había sido galardonada con el Premio Internacional de
Literatura de Viajes Ciudad de Benicássim 2012. Después de que se
me cayera el cepillo de dientes de la impresión y me cayera
seguidamente yo también al piso, y de que todo el edificio me oyera
gritar de la alegría, y de que abrazara a todo aquel que osó entrar
en mi oficina, y de que saltara por los pasillos, caí en cuenta de
que podía ser escritora.
El premio me permitió entonces llevar
a mi mamá a Europa, uno de mis sueños más grandes, y según yo,
emprender posteriormente mi viaje en dirección a Asia, con el fin de
escribir una segunda parte: Sobre el caballito de bambú (gracias
Shirley Malespín, por sugerirme el nombre).
Sin embargo, ocurrieron dos hechos que
yo no tuve en cuenta. El primero es que una cosa es viajar sola y
otra con una madre. Dadas las circunstancias, tuve que subir mis
estándares de calidad mochileros, léase: comer tres veces al día
algo más que pan del supermercado; dormir en hoteles en habitaciones
privadas y no haciendo couchsurfing, acampando, o en estaciones de
tren; tomar aviones, trenes o buses pagando toda la tarifa y no
colarme sin pagar o pedir ride dependiendo de mi dedo pulgar.
O sea, que se me fue un montón de plata, pero JAMÁS me arrepentiré
porque no tiene precio ver a tu mamá observar admirada la torre
Eiffel, llorar de la emoción en la Plaza de San Pedro o sentarte con
ella a fumarte un puro en un coffee shop en Amsterdam.
Mi mamá y yo en París. Tantos sueños por cumplir, alguno se ha de vivir.
Lo segundo que salió mal fue que
conseguí un trabajo en Portugal, en un hostal, que al final no
resultó ser lo que esperaba. Ya saben, la famosa crisis...
Y así, llegamos al momento que nos
ocupa, en que me quedé en Europa con muy poco dinero y sin trabajo.
Lo razonable en estas circunstancias sería devolverme con el rabo
entre las patas a mi país y volver a empezar desde cero, actividad
en la que tengo vasta experiencia. Pero me niego. Yo ya crucé el
charco y voy para Asia. Si convertir los sueños en realidad fuera
fácil, todo el mundo lo haría y viviríamos en el paraíso.
Había pensado en no escribir más blog
por un tiempo hasta comenzar con Sobre el caballito de bambú,
con el fin de concentrarme en otros proyectos literarios que tengo en
marcha. Mi idea es terminarlos lo más pronto posible y después
instalarme frente a alguna editorial en España, en estricta huelga
de hambre, hasta que alguien se digne a leer un borrador.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que
me asfixiaba con las palabras que no escribía. Necesitaba compartir
lo que estaba viviendo. Hay mucho de qué reír, mucho de qué
llorar, mucho de qué escribir.
Además, me puse a pensar que, si de
verdad quiero ser escritora, debo comenzar a actuar como una. Debo
comenzar a creer en mí misma y en lo que escribo. Y que esto es mi
trabajo en realidad, no sólo limpiar pisos, cuidar niños o abrirle
la puerta a mochileros alemanes en un hostal a las dos de la mañana.
De modo que aquí estoy. Este blog
narra la historia de cómo intento ser escritora en este lado del
mundo, donde me encuentro sola. Nunca he estado tan sola en toda mi
vida. Esta es, entonces, la ventana por la que grito.
Lo que resulte de todo esto está por
verse. Y si es bueno, supongo que en algún momento terminaré
buscando a ese mae que se brincó el alto un jueves 13 de septiembre
de 2007 alrededor de la 1 p.m., en el cruce entre la calle Uruca y la
avenida principal de Pavas (o, como daríamos la dirección en Costa
Rica, en la esquina 100 metros al este del Pollo Cervecero) para
agradecerle por haberme cambiado la vida, aunque en un inicio haya
querido, literalmente, matarlo.
Uno nunca sabe: la vida da tantas
vueltas...
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ser escritor es un trabajo que se respeta, como cualquier otro?
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