viernes, 31 de mayo de 2013

Entonces, queridísimos lectores... ¿en qué nos habíamos quedado?

Entonces, queridísimos lectores... ¿en qué nos habíamos quedado?
Ah sí: en que nací un 16 de enero de 1981 y 26 años después, el jueves 13 de septiembre de 2007, un sujeto en motocicleta, que irrespetó una señal de alto alrededor de la 1 p.m., en el cruce entre la calle Uruca y la avenida principal de Pavas al oeste de la ciudad de San José (o, como daríamos la dirección en Costa Rica, en la esquina 100 metros al este del Pollo Cervecero) me cambió la vida. Yo nunca lo llegué a conocer. Ni sé cómo se llama. Es más, yo ni siquiera estaba ahí: en ese preciso momento me encontraba sentada en mi oficina en la redacción de una revista, justo en el otro extremo de la capital, trabajando y haciendo la digestión de una lasaña que me había comido para el almuerzo.

Esto se trató de lo que se conoce como un efecto mariposa. Y a veces sucede que no es ni uno el que pone sus alas a moverse.

En fin, desde entonces, he tenido 13 trabajos, entre los que incluyo labores tan random como contestar llamadas en call centers, conducir un camión, hacer jardinería en un campo nudista, pedir dinero en la calle, cuidar de 60 niños huérfanos en un internado, demoler casas, trabajar en hostales y periodista, por supuesto, que es mi profesión en teoría. Asimismo, he vivido en seis casas, hostales o apartamentos en cuatro países distintos en tres continentes, y he viajado por 37 países. Como podrán ver, entonces, lo que atropelló esa moto ese día fue mi estabilidad. Desde entonces, mi vida es un despiche.

Un par de años después, una tarde de lluvia en la ciudad de San José, mientras veía con un amigo películas de Man Ray en la sala de su apartamento fumando una narguila, descubrí un libro de dadaísmo. Este movimiento artístico, originado a inicios del siglo XX en Suiza, proponía lo aleatorio, lo desestructurado y lo casual como forma de arte. Por ejemplo, un poema podía ser recortar palabras de varios periódicos, meterlas en una bolsa, sacudirla y después sacarlas a lo loco para pegarlas en ese orden totalmente casual. El nombre del movimiento, obviamente, también tenía que ser aleatorio. Sus fundadores, quienes solían reunirse en el mítico Cabaret Voltaire en Zurich, abrieron un diccionario de francés y la primera palabra que saltó de las páginas bautizó el movimiento: dada. Un caballito de esos que se balancea, para lúdica diversión infantil. Un caballito de madera.

En ese momento, tuve una epifanía: mi vida era eso. Una bolsa plástica de la que salen acontecimientos inesperados. Sin objetivos fijos, sin largos plazos, sin nada estable. Un collage de hechos inconexos entre sí. Y mientras todo eso sucede, yo estoy montada sobre un caballito de madera, sin llegar a ningún sitio en realidad, balanceándome solo por disfrutar el paso del tiempo.
Tumba de Tristan Tzara, fundador del dadaísmo. París.

Consciente de esta realidad, en 2011 inauguré mi primer blog Sobre el caballito de madera, con el objetivo de mantener informados a mis amigos sobre mis andanzas por Europa. Al final, incapaz de mantener un diario de viaje, el blog mutó por un montón de reflexiones, fotos, anécdotas, artículos de opinión y fluctuó de acuerdo con mi humor y lo cansada que estuviera para escribir. Bueno, diay, con el desorden que es mi vida, no podía esperarse otra cosa.

Cuando regresé a Costa Rica casi un año después, me senté con todas las notas que tenía en la compu y armé una novela, la cual envié a un concurso de literatura para viajes en Valencia, España.

Una tarde, mientras me encontraba en mi trabajo y me disponía a ir felizmente al baño después de comer un pastel de yuca, justo cuando me alejaba de mi escritorio cepillo de dientes en mano, sonó mi celular y recibí la noticia de que Sobre el caballito de madera, la novela, había sido galardonada con el Premio Internacional de Literatura de Viajes Ciudad de Benicássim 2012. Después de que se me cayera el cepillo de dientes de la impresión y me cayera seguidamente yo también al piso, y de que todo el edificio me oyera gritar de la alegría, y de que abrazara a todo aquel que osó entrar en mi oficina, y de que saltara por los pasillos, caí en cuenta de que podía ser escritora.

El premio me permitió entonces llevar a mi mamá a Europa, uno de mis sueños más grandes, y según yo, emprender posteriormente mi viaje en dirección a Asia, con el fin de escribir una segunda parte: Sobre el caballito de bambú (gracias Shirley Malespín, por sugerirme el nombre).

Sin embargo, ocurrieron dos hechos que yo no tuve en cuenta. El primero es que una cosa es viajar sola y otra con una madre. Dadas las circunstancias, tuve que subir mis estándares de calidad mochileros, léase: comer tres veces al día algo más que pan del supermercado; dormir en hoteles en habitaciones privadas y no haciendo couchsurfing, acampando, o en estaciones de tren; tomar aviones, trenes o buses pagando toda la tarifa y no colarme sin pagar o pedir ride dependiendo de mi dedo pulgar. O sea, que se me fue un montón de plata, pero JAMÁS me arrepentiré porque no tiene precio ver a tu mamá observar admirada la torre Eiffel, llorar de la emoción en la Plaza de San Pedro o sentarte con ella a fumarte un puro en un coffee shop en Amsterdam.
Mi mamá y yo en París. Tantos sueños por cumplir, alguno se ha de vivir.

Lo segundo que salió mal fue que conseguí un trabajo en Portugal, en un hostal, que al final no resultó ser lo que esperaba. Ya saben, la famosa crisis...

Y así, llegamos al momento que nos ocupa, en que me quedé en Europa con muy poco dinero y sin trabajo. Lo razonable en estas circunstancias sería devolverme con el rabo entre las patas a mi país y volver a empezar desde cero, actividad en la que tengo vasta experiencia. Pero me niego. Yo ya crucé el charco y voy para Asia. Si convertir los sueños en realidad fuera fácil, todo el mundo lo haría y viviríamos en el paraíso.

Había pensado en no escribir más blog por un tiempo hasta comenzar con Sobre el caballito de bambú, con el fin de concentrarme en otros proyectos literarios que tengo en marcha. Mi idea es terminarlos lo más pronto posible y después instalarme frente a alguna editorial en España, en estricta huelga de hambre, hasta que alguien se digne a leer un borrador.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que me asfixiaba con las palabras que no escribía. Necesitaba compartir lo que estaba viviendo. Hay mucho de qué reír, mucho de qué llorar, mucho de qué escribir.

Además, me puse a pensar que, si de verdad quiero ser escritora, debo comenzar a actuar como una. Debo comenzar a creer en mí misma y en lo que escribo. Y que esto es mi trabajo en realidad, no sólo limpiar pisos, cuidar niños o abrirle la puerta a mochileros alemanes en un hostal a las dos de la mañana.

De modo que aquí estoy. Este blog narra la historia de cómo intento ser escritora en este lado del mundo, donde me encuentro sola. Nunca he estado tan sola en toda mi vida. Esta es, entonces, la ventana por la que grito.

Lo que resulte de todo esto está por verse. Y si es bueno, supongo que en algún momento terminaré buscando a ese mae que se brincó el alto un jueves 13 de septiembre de 2007 alrededor de la 1 p.m., en el cruce entre la calle Uruca y la avenida principal de Pavas (o, como daríamos la dirección en Costa Rica, en la esquina 100 metros al este del Pollo Cervecero) para agradecerle por haberme cambiado la vida, aunque en un inicio haya querido, literalmente, matarlo.

Uno nunca sabe: la vida da tantas vueltas...

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