No sé cómo en algún momento pensé
que el monzón era algo romántico... ¿EN QUÉ PUTAS ESTABA
PENSANDO?
Mientras que muchos cuentos y leyendas
indias relatan novelescas historias en tono épico-romántico pasadas
por agua, yo estoy sentada sola en una habitación súper húmeda en
Manali (provincia de Himachal Pardesh, al norte de India) y hay tanta
neblina que los mismos Himalayas parecen una leyenda que alguien se
soñó después de haberse fumado todo el hachís del pueblo. No se
ve ni mierda. NI MIERDA.
Lectores del caballito: si vienen a la
India traten a toda costa de NO hacerlo en agosto. En especial si son
ustedes ticos. Hay un lugar donde llueve peor que en Costa Rica y es
este. Al menos nosotros tenemos la ilusión de mañanas soleadas,
cuyo espejismo se desvanece con el primer baldazo de la una de la
tarde, pero aquí no hay tregua climatológica que valga. El diluvio
lo han estado viviendo desde el Antiguo Testamento por aquí y la
vara no ha parado, se siguen escribiendo versículos al respecto.
En vista de que soy una novata en
India, tomo como palabra sagrada los consejos de otros viajeros que
me cruzo en el camino. Aprender a viajar en India es un proceso de
lento de aprendizaje. Ya con solo pronunciar los nombres de los
lugares a los que quiero ir me hago bolas. Tomemos por ejemplo este:
el templo de Hazrat Nizam-Ud-Din Dargah. ¿Cómo se supone que me
puedo acordar de eso y decirlo correctamente para que la gente me
entienda? No se diga ya de encontrarlo, porque se ubica en un
callejón caótico (el más caótico que haya visto en India hasta el
momento, lo cual quiere decir que por aquí acaba de suceder el Big
Bang hace menos de dos horas). Y sin embargo, algunos mochileros
incluso hablan un poco de hindi, útil herramienta lingüística,
porque si uno por ventura logra decir algo correctamente, los indios
te miran diferente y no se te montan tanto a la hora de regatear. Yo
todavía opto por el viejo método de escribir a dónde quiero ir en
un papel y enseñarlo, a lo bruta-muda, y permitir que me estafen.
En fin, cada viajero experimentado con
que me cruzo me lo tomo como un gurú y sigo sus iluminados consejos.
De este modo, después de una charla en una terraza en Delhi con un
holandés que ha estado ya cuatro veces en India, me ilumina el
camino hacia el norte y me sugiere trazar una línea encima de la
capital y comenzar a recorrer todo lo que esté por encima de ella
hasta que llegue octubre, en un intento por no morir en las llamas
infernales del sur, donde el calor de esta época es mortal para
cualquiera que no porte un pasaporte de Mercurio. O sea, que tengo
dos opciones: norte-fresco o sur-infierno.
Así que heme aquí, en el norte de
India, ya sin calor (¡milagro, milagro!), pero con una lluvia del
carajo. Y tal parece que hasta septiembre seguirá.
Lo primero que veo cuando me despierto en el bus llegando a Himachal Pradesh... agua en todas sus formas.
Me debato. Podría seguir la jornada
que tenía en mente: continuar desde Manali más al norte y cruzar
los Himalayas hacia la región de Cachemira, por la segunda carretera
más alta del mundo (a más de 5000 metros), un paraje que mis gurús
mochileros en Delhi me han dicho que es lo más cercano a estar en la
luna... Pero, ¿para qué? ¡Solo voy a ver nubes! Eso, sin duda,
destruiría mi ilusión lunar, considerando que en la luna no se
enfrentan a semejantes neblinosos problemas de visibilidad...
Entonces bueno, me espero a que pase el monzón: la verdad no quiero
perderme de nada y, aunque uno nunca sabe, yo sí sé que este será
mi único viaje a la India, porque no queda precisamente a la vuelta
de la esquina y aún quiero ir a otros 53 países más... Yo y mis
delirios.. ¿Pero quedarme casi un mes aquí, vegetando en Manali,
que está muy tuanis, pero ciertamente no hay mucho para hacer entre
cuatro paredes excepto fumar hachís...? No, es que un mes aquí no
me visualizo... Pero, ¿a dónde putas me voy mientras tanto...?
¿Delhi...? Ni operada de la jupa, al final pasé ahí dos semanas
porque tuve mi primera infección asiática en las amígdalas y pasé
cinco días en cama, con la única distracción turística de ir a mi
primer hospital indio... ¿Al sur...? Ni pensarlo, no quiero
asfixiarme en ese sauna geográfico.
Entonces, paso a reflexionar acerca de
mis dos semanas en India. A pesar de que ya he estado en algunos
países de África, creo que la miseria que he visto aquí no la
conocí hasta ahora. De verdad: no creo que haya visto semejante
nivel de pobreza como en India... Es la superpoblación: alimentar a
1200 millones de personas aquí y 20 millones en Mozambique... hasta
una retrasada para las matemáticas como yo puede hacer la resta... Y
bueno, hablando de Mozambique, ese fue el último voluntariado que
hice y de eso estamos hablando ya hace cuatro años... Los mismos que
llevo soltera, qué felicidad la mía... O sea, que tengo dos
opciones:
vegetar-en-el-pueblo-hippy-de-Manali-en-las-cafeterías-fumando-hierba
o ir-a-hacer-algo-útil-no-egoísta-de-voluntariado. Me decido: es
momento no sólo de tener novio otra vez, sino de hacer voluntariado
de nuevo.
El único sitio que se me ocurre es
mirar diez horas en bus hacia el oeste y enrumbar hacia Dharamsala
(un nombre que sí puedo pronunciar para variar) y cuatro kilómetros
montaña arriba instalarme en McLeod Ganj, donde se localiza el
gobierno del Tíbet en el exilio y tiene ubicada su residencia
oficial el Dalai Lama. Ahí, hay varias organizaciones que trabajan
con refugiados tibetanos, quienes cruzan los Himalayas a pie (sí, a
pie) durante semanas hasta encontrar asilo político en India.
Mi debate, por fin, está concluido:
voy a buscar alguna organización de voluntariado en McLeod Ganj
hasta que el monzón pase. Empaco y a la noche siguiente, estoy
subida en un bus con una docena de israelíes, dispuesta por tres
semanas a convertirme en vecina del Dalai Lama.
No sé cómo en algún momento pensé
que venirme a McLeod Ganj era buena idea... ¿EN QUÉ PUTAS ESTABA
PENSANDO?
Apenas y me estoy recuperando de mi
paranoia de que ser mujer y viajar sola en India es una combinación
imposible y de repente me encuentro en la parada de buses de McLeod
Ganj, sola, a las 4 a.m. y sin idea de para dónde agarrar.
Vuelve a cruzar por mi cabeza de dama
en apuros la idea de convertirme en transexual, hacerme la operación
de cambio de sexo y seguir inyectándome testosterona por el resto de
mis días: ¡cómo desearía ser hombre en este momento, por la gran
puta! Considerando que el grupo de israelíes va hacia otro pueblo
vecino y se suben todos en tres taxis, yo me quedo entonces sola en
la madrugada rodeada de hombres en la estación de bus, que me miran
como me suelen mirar los hombres aquí... Latinoamericanas: nosotras,
que nos quejamos de los maes que acostumbran acosarnos verbalmente en
la calle con sus “rica mamacita, venga que la chupo toda” déjenme
decirles que eso es más llevadero. Al menos, los pelados esos
expresan lo que sienten y uno tiene algo de información con la cual
defenderse. Uno sabe a qué se enfrenta. Pero no hay nada peor que la
manera en que te miran algunos indios: fijamente, serios, fijamente,
con intensidad, fijamente, casi que con la boca abierta y uno no
tiene ni la menor idea de qué están pensando... No lo sé, a mí
todavía me asustan para el momento en que me encuentro aquí sola en
la parada de bus de McLeod Ganj a las 4 de la mañana de un domingo.
Y por mi mente, a todo esto, siguen cruzando todas las
recomendaciones que he oído de mi amiga india Priyanka, de otros
mochileros, de las guías de viaje: no camines NUNCA sola de noche en
India... O sea, que tengo dos opciones:
quedarme-aquí-bajo-las-miradas-libidinosas-de-hombres-indios o
subirme-a-un-taxi-y-jugármela-a-encontrar-un-lugar-donde-dormir-hasta-que-salga-el-sol.
Me decido a subime a un taxi. Prefiero
tener que enfrentarme con el taxista si las cosas se llegan a poner
heavy, que con una docena de maes en una parada de bus en un
país que no conozco.
El taxista, por supuesto, no me ataca
sexualmente, pero sí monetariamente: el tipo me estafa. Me dice que
me lleva por $3,5 a uno de los hostales que tengo anotados en un
papel sacados de Lonely Planet (después de mi primer hostal en Delhi
me declaro atea de los comentarios de Hostelbookers y Hostelworld y
ahora sólo le creo a Lonely Planet... palabra sagrada, como la de
los mochileros).
Uno se da cuenta de que ya ha pasado algún tiempo en India cuando comienza a pensar como indio respecto del dinero: aquí todo es taaaaan barato, que cuando uno se entera comienza a regatear por 100 colones (20 centavos de dólar más o menos) porque de verdad representan mucho en este país. Por lo tanto, ya la suma de $3,5 de entrada, a mi cerebro ya indianizado, le parece casi un robo a mano armada. Debí haber estudiado algo de hindi antes de venirme aquí para no quedar como la turista occidental bruta... Pero luego hago la conversión y me doy cuenta de que estoy arriesgándome a algo peor por pinches 1700 colones, suma que comúnmente me gasto en dos cervezas. No, por dos cervezas yo aquí sola en la noche no me quedo y me subo al taxi.
El segundo problema surge cuando descubro de que, más allá de Delhi, el concepto de recepción las 24 horas no parece estar muy extendido por estos rumbos... Todos los hoteles, casas de huéspedes, pensiones y hostales están CERRADOS a cal y canto, como si hubiera toque de queda. ¿Y ahora qué? No, es que yo de este taxi no me bajo ni amarrada y ni a putas me quedo en la calle sola hasta que amanezca. Todo está tan oscuro (aquí en India se va la luz a cada rato) y está tan vacío, con excepción de algunos hombres, de esos que me miran de la manera en que me miran...
Uno se da cuenta de que ya ha pasado algún tiempo en India cuando comienza a pensar como indio respecto del dinero: aquí todo es taaaaan barato, que cuando uno se entera comienza a regatear por 100 colones (20 centavos de dólar más o menos) porque de verdad representan mucho en este país. Por lo tanto, ya la suma de $3,5 de entrada, a mi cerebro ya indianizado, le parece casi un robo a mano armada. Debí haber estudiado algo de hindi antes de venirme aquí para no quedar como la turista occidental bruta... Pero luego hago la conversión y me doy cuenta de que estoy arriesgándome a algo peor por pinches 1700 colones, suma que comúnmente me gasto en dos cervezas. No, por dos cervezas yo aquí sola en la noche no me quedo y me subo al taxi.
El segundo problema surge cuando descubro de que, más allá de Delhi, el concepto de recepción las 24 horas no parece estar muy extendido por estos rumbos... Todos los hoteles, casas de huéspedes, pensiones y hostales están CERRADOS a cal y canto, como si hubiera toque de queda. ¿Y ahora qué? No, es que yo de este taxi no me bajo ni amarrada y ni a putas me quedo en la calle sola hasta que amanezca. Todo está tan oscuro (aquí en India se va la luz a cada rato) y está tan vacío, con excepción de algunos hombres, de esos que me miran de la manera en que me miran...
El taxista, tal vez tomando un poco de
consciencia kármica, decide que probemos por otras calles hasta que
por fin encuentra una casa de huéspedes donde nos abre la puerta un
niño de unos nueve años trasnochado. El cuarto (porque es doble)
cuesta la módica suma de 700 rupias (más o menos $13) lo cual,
volviendo a los parámetros indios, es una cantidad medio
estratosférica, pero bueno, yo estoy agotada, con diez horas de bus
encima por unas carreteras llenas de curvas y conducidas a la manera
india (léase: a lo bestia)...O sea, que tengo dos opciones:
pago-este-cuarto-de-onerosas-700-rupias o
duermo-en-la-calle-en-compañía-de-algunos-maes-desconocidos-y-las-vacas-sagradas.
Yo diría que más bien solo tengo una opción.
Así que sigo al chamaco medio
sonámbulo, pago las 700 rupias y me acuesto a dormir, inmensamente
feliz de estar segura en una cama.
No sé cómo en algún momento pensé
que el monzón era algo romántico... ¿EN QUÉ PUTAS ESTABA
PENSANDO?
Si el monzón en Manali me pareció el
diluvio continuo del Antiguo Testamento, aquí me encuentro con el
Apocalipsis acuático: ¡qué manera de llover! Siempre he sabido que
una nube me persigue y que traigo conmigo las lluvias tropicales en
mi aura, pero aquí es la hipérbole de la lluvia. Nada de extrañar,
porque seguimos en la India y es esta tierra de hipérboles, como
mencioné en alguna entrada anterior.
Pero bueno, ¡ya qué! Ya no tengo más
a dónde ir y si la idea es quedarme entre cuatro paredes, pues que
al menos sea por el bien de la gente del Tíbet.
Lo más que he llegado a ver de los Himalayas hasta el momento...
A diez días de mi llegada a McLeod
Ganj, cuando escribo esta entrada, estoy bastante convencida de haber
tomado la decisión correcta. A pesar de que sigue lloviendo y aún
no he visto los Himalayas detrás de las densas nubes monzónicas,
este tiene que ser uno de los lugares más interesantes por los que
haya mochileado jamás.
O sea, estimados lectores del caballito
de bambú, que tienen dos opciones: dejarse-atiborrar-por-
todo-un-mes-con-solo-entradas-acerca-de-la-situación-política-del-Tíbet-en-modalidad-lavado-de-cerebro
o dejar-de-leer-este-blog-hasta-nuevo-aviso-y-dedicarse-a-Pinterest,
porque sinceramente creo que es un deber moral, espiritual y humano
informarse acerca de lo que está ocurriendo bajo el gobierno de
China y que es MUY SERIO, poco cubierto por la agenda periodística
internacional y de lo cual TODOS Y CADA UNO debemos tomar consciencia
y hacer algo.
Ahí se las dejo picando en la cancha,
mientras continúo en la sede del gobierno tibetano en el exilio,
esperando a que caiga la última gota del no tan romántico monzón.
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