viernes, 27 de septiembre de 2013

Novela tibetana corta (Parte II)

Capítulo 2: De cómo un festival budista puede tornarse color rojo, indistintamente si es tonalidad comunista o tibetana.

El tiempo: 5 de marzo de 1988.
La escena: el templo de Tsuglagkhang (de casi imposible pronunciación) en Lhasa, al cierre del festival de Monlam, con unos tres mil o cuatro mil monjes en plena protesta por la libertad del Tíbet. Alrededor de la plaza, soldados chinos apuntándoles con armas.

Dos días antes, Jampa Phuntsok, un monje budista, se alzó en medio del festival y clamó a todo aquel que pudo escucharlo: “El Tíbet en verdad es una nación independiente. Los dueños del Tíbet son los tibetanos, los chinos deben regresar a China. Larga vida al Dalai Lama”. Todos, tanto chinos como tibetanos, guardaron silencio en ese momento. Hasta el 5 de marzo.

El 5 de marzo, a las 9:40 a.m., comienzan a escucharse las voces de los monjes, como un eco de la voz de Jampa Phuntsok (a quien tres frases le costaron tres años de cárcel): “El Tíbet es una nación independiente”. “Liberen al Tíbet”. “Los chinos deben regresar a China”. “Larga vida al Dalai Lama”.

Para las 11:00 a.m. lo que se escucha son las balas: los soldados chinos abren fuego sobre la multitud de monjes y otros tibetanos, quienes se han unido a una protesta que, hasta ese momento, había sido pacífica.

Entre ellos, está Bagdro. Momentos antes, junto con otros monjes, se ha cambiado de ropa y ha comenzado a protestar contra el gobierno chino. Las balas, y no mi mero capricho como escritora de esta historia, empiezan a borrar personajes de la plaza. Sólo me dejan salvar a Bagdro, para que me cuente esta historia 25 años más tarde en una cafetería de McLeod Ganj.

Cuando le pregunto cuál fue el momento en que tuvo más miedo, definitivamente no es este del 5 de marzo de 1988: está tan furioso, que no tiene ni una célula inundada con temor. A pesar de que pasan balas muy cerca suyo. Una nos borra a Gonpo Paljor, un tibetano del este, y lo único que nos queda de su biografía en la biblioteca humana del Tíbet es una foto de su cadáver en la portada del  libro A hell on Earth. Otra bala nos borra a Kelsang Tsering, un monje del monasterio de Sera. Y otra más a una niña de 12 años. Una casi nos borra a Bagdro, quien recibe una herida de bala en un pie, pero para este momento lo que corre por sus venas no es sangre, sino el mismo espíritu del Tíbet.

El humo comienza a borrar la escena: parte proviene de los negocios, de los vehículos y de un hospital chino a los cuales los manifestantes les prenden fuego. Parte viene de los gases lacrimógenos. Entre el humo que nos dificulta la vista de un festival budista que termina en muerte, apenas y podemos mirar cómo los monjes son golpeados por bastones de metal, cómo son amarrados y echados en los camiones cual si fuesen costales, cómo los soldados chinos lanzan piedras desde los techos, cómo los monjes son arrojados desde los balcones del templo hacia la muerte.

Lo ignoraríamos, como lectores cuya vista se nubla entre tanto humo, pero Bagdro milagrosamente sobrevive: escapa entre un callejón parido entre dos edificios. Una piedra enorme, arrojada por seis soldados chinos desde el techo, intenta arrebatarnos al protagonista de esta historia para que nunca sea contada y queden estas páginas en un impune blanco. Pero una mujer logra empujarlo fuera del rango de la roca justo a tiempo. Bagdro cree que se trata de Palden Lhamo, la divinidad protectora a la que se había encomendado el pasado 24 de febrero, antes de salir del monasterio.

El caso es que sobrevive para contarnos con sus propias palabras a nosotros, ciegos ante el humo, ante los años y ante la ignorancia de la situación del Tíbet, lo que pasó ese 5 de marzo de 1988: “El templo quedó salpicado por la sangre de los tibetanos”.

Sangre. Comunista. Tibetana. Pero al fin y al cabo, sangre.

Una de las tantas manifestaciones por el Tíbet.

Capítulo 3: De cómo puede uno ir a dar una cárcel china por haber matado a un policía, aunque sólo haya pasado al lado de su cadáver.

Existen algunos pasos, según las leyes chinas en el Tíbet, con los cuales cualquiera podría llegar a ser inculpado de la muerte de un policía chino, tal como le sucedió a Bagdro. Los mencionaremos a continuación, por si acaso ustedes tampoco le encuentran lógica suficiente y estén así prevenidos ante algo que, para la República Popular de China, parece muy evidente:

Paso 1. Camine al lado del cadáver de un policía chino en una manifestación que inicialmente fue pacífica. No importa que usted ni siquiera sepa cómo lo mataron, nada más pase junto a él y aduéñese de la autoría de su muerte con sólo el aire que flota a su alrededor.

Paso 2. Escape por el mero hecho de haber sido visto en esa manifestación. Mientras lo hace, si de casualidad ve a sus hermanas buscándolo, escóndase de ellas para no involucrar a más personas en este capítulo.

Paso 3. Transcurra las noches durmiendo en un mercado o bajo una rueda gigante con oraciones escritas a la puerta de un templo, vestido como mujer, con aretes y lápiz labial como accesorios indispensables para despistar a los soldados. Si tiene una herida de bala, conténtese con las medicinas que pueda darle la gente que pase por allí.

Paso 4. Si aún duda de si lo atraparán o no, acuda a un Lama tibetano, para que le prediga con un dado que será capturado pronto y que los pasos del 5 al 21, efectivamente, se escribirán.

Paso 5. Entréguese a las autoridades después de saber que tres camiones de soldados han llegado a su casa, han hecho arrodillarse a su familia mientras buscan por usted y les han asegurado que, si en una semana usted no da señales de vida, ellos tendrán que pagar las consecuencias.

Paso 6. Déjese esposar. No importa si las esposas son de esas que se ajustan más y más gradualmente, hasta hacer sangrar la punta de los dedos. No importa si esas esposas lo detienen cuando usted intente saltar del carro, mientras sus padres observan cómo se lo llevan detenido. No importa si usted las va a usar por todo un mes y tres días sin interrupciones, hasta que se pueda ver el hueso y esté tan acostumbrado a tener las manos juntas, que cuando lo liberen una seguirá a la otra de forma automática por un tiempo. No importa si usted ha especificado con anterioridad que no hacen falta esposas, porque usted trabaja con la verdad. Déjese esposar.

Paso 7. Cuando lo interroguen y le pregunten por sus contactos con occidente, con Estados Unidos, con el Dalai Lama y con el gobierno del Tíbet en el exilio, responda que usted no necesita de nada de eso para darse cuenta de la situación de su país. Y no olvide enfatizar que los chinos deben regresar a China. De todas maneras, usted probablemente va a morir.

Paso 8. El primer día, aguántese un bastón eléctrico en la boca, deje que lo pateen y que lo pongan de pie sin zapatos ni medias sobre el hielo del invierno tibetano por una media hora, hasta que la piel se adhiera al hielo y se despida de su cuerpo para siempre. Luego, conténtese con que lo pongan en una celda de 2m x 2m con otros cinco prisioneros para compartir un colchón entre todos. No se preocupe: los prisioneros son buena gente y serán los únicos que se tomen la molestia de darle algo de comer.

Paso 9. El segundo día soporte que le mojen los pies y que le pongan el bastón eléctrico sobre ellos nuevamente hasta que le salga sangre por la nariz y por la boca. También permita que se lo coloquen sobre el corazón, los oídos y por donde se sientan creativos ese día. Tome en cuenta que el efecto de una descarga con un bastón eléctrico más o menos consiste en sentir una vibración que quema por dentro. Para concluir, deje que lo cuelguen de las manos a unos 30 centímetros del piso por doce horas. Tiene permiso de perder la consciencia varias veces. Al fin y al cabo, usted sigue usando las mismas esposas que se ajustan gradualmente desde el día anterior.

Paso 10. Por tres días, disfrute del invierno en Lhasa durmiendo afuera, sin agua. Con suerte, algún otro de los prisioneros pueda tirarle un tazón y podrá beber del foso a donde va a dar el agua que queda después de lavar la ropa de la prisión.

Paso 11. Permita que le apaguen cigarrillos en la cara y que lo coloquen de rodillas con la barbilla sobre una silla. Si sus manos (que aún siguen esposadas, no lo olvide) no le permiten inclinarse bien, deje que se las aplasten con las botas. Soporte una nueva sesión con el bastón eléctrico en los genitales y en el ano. Puede gritar llamando a su mamá; de todas maneras, no va a servir. Vomite sangre al final. Y quédese con temblores de por vida, que harán que se le caigan las cosas de la mano y que deba sostener las tazas por debajo para mayor seguridad de las vajillas que están por cruzarse en su camino.

Paso 12. Padezca hambre. Cómase lo que encuentre en las letrinas. Cómase el algodón que está adentro de su manta. Cómase su chaleco. Bébase sus orines. Bébaselos cuando pueda, porque sus manos siguen esposadas (no lo olvide) y será frecuente que se orine sobre sí mismo.

Paso 13. Inféstese con piojos y enloquezca al no poder rascarse (sus manos siguen esposadas aún, como en todos los pasos anteriores).

Paso 14. Al cabo de un mes, firme una confesión de haber golpeado a un policía chino con una barra de hierro.

Paso 15. Soporte seis meses de confinamiento en una celda solitaria. La ventaja es que ya tiene las manos libres, pero, ¿para qué?

Paso 16. Reciba una hoja tres días antes de su juicio en la que usted asegura haber sido uno de los líderes de un movimiento separatista, uno de los líderes de una manifestación y haber matado a un policía.

Paso 17. Represéntese a sí mismo en el juicio, para no involucrar a ninguno más de sus conocidos, en vista de que el estado chino no le proporcionará un abogado. No importa que usted no sepa nada de leyes: sabe de tortura.

Paso 18. Durante el juicio (cuyos presentes serán más que todo soldados chinos, mientras el pueblo tibetano observa desde afuera) evite mencionar cualquier referencia a la tortura sufrida en los puntos del 7 al 13. Puede intentarlo, pero inmediatamente lo sacarán arrastrado del estrado.

Paso 19. Sea golpeado en los recesos con las culatas de los rifles y con barras de hierro.

Paso 20. Reciba una condena de tres años de prisión junto con once personas más: cinco monjes, cuatro monjas, una mujer embarazada y una anciana. No se queje: uno de ellos, Lobsang Tenzin, de 22 años, quien citó durante su defensa el código penal chino y señaló que no había evidencia en su contra, acaba de recibir pena de muerte. (Al final se le cambiará por cadena perpetua, ante la presión internacional).

Paso 21. No intente apelar aunque le den la oportunidad. De todas maneras, le dirán que no a través de una carta, aunque usted ni siquiera haya apelado en un principio.

Y listo: ya está usted en una cárcel china por haber matado a un policía, aunque sólo haya pasado al lado de su cadáver. Para el sistema penal de la República Popular de China, usted es el autor de este capítulo. Esa es la condena por haber caminado al lado de un cuerpo, y haberse llevado en sus manos su muerte, aunque nunca, nunca, su vida.

(Tercera parte la semana que viene, si es que tengo internet...).

HACÉ ALGO POR EL TÍBET. No está en la agenda de los medios de comunicación, no es parte de las discusiones en la ONU, no existe como nación para la mayoría del mundo y queda muy lejos, pero ahí está y su gente sufre. De lo que se habla, existe: entonces hablá de la situación del Tíbet. Informate e informa a otros; es lo menos que podés hacer. La causa del Tíbet: pasala.  ;)

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